viernes, 26 de abril de 2013

LA SOLEDAD ESTA SOLA




 

Es la chica más bonita de la fiesta, sin embargo, LA SOLEDAD no tiene pareja.

Sabe bailar mejor que nadie, conoce los pasos más graciosos, pero a LA SOLEDAD nadie la invita a bailar pues todos temen que les  pise los pies.

LA SOLEDAD no deja olvidada una zapatilla de cristal a la media noche. Teme que nadie se fije, siquiera, en ello.

Y la miran ya tan desbordada –de los ojos- que, a LA SOLEDAD, nadie le invita una copa.

LA SOLEDAD mira a los amantes entrelazar sus bocas y se pregunta si no les duele –cuando termina-.

No lleva perlas en el cuello. LA SOLEDAD lo que desea es llevar marcas de dientes.

Los latidos arrítmicos de su corazón, acompasados por sus suspiros, es la única música que LA SOLEDAD escucha.

 

Y nadie ama a LA SOLEDAD, a pesar de que muchos la sienten.

 

Que se lo pregunten al globo que termina explotando cuando un viento lo arranca de las manos en donde se sentía seguro…

                                                                   ¡No! ¡Al niño no! Él aún no sabe de soledades.

 

Que se lo pregunten a la estación que se desgarra cada vez que escucha al tren alejarse  emitiendo un largo alarido…

                                                                       ¡No! ¡Al pasajero no! A él lo espera alguien en la siguiente                     parada y no volverá a sentirse solo.

 

Que se lo pregunten a esa botella de ron que recibe besos frugales…

                                                               ¡No! ¡Al bebedor no! Él huye de su soledad en cada sorbo.

 

 

Que se lo pregunten a la mentira, que por su culpa fue creado un falso amor…

                                                                      ¡No! ¡Al mentiroso no! Porque a él si lo querían y por ello no   sabía lo que era estar solo.

 

 

LA SOLEDAD se deshace en lágrimas y nadie,

                                                                                 nadie limpia sus ojos.

 

LA SOLEDAD grita hasta quedar afónica y nadie,

                                                                                nadie quiere escucharla.

 

LA SOLEDAD marca a todos los que la llevan encima y a ella nadie,

                                                                                 nadie la marca.

 

LA SOLEDAD se muestra sin ningún tipo de máscara y nadie,

                                                                                nadie la quiere ver.

 

LA SOLEDAD acompaña a todos y nadie,

                                                                               nadie la reconoce.

 

LA SOLEDAD es protagonista en muchas historias pero ella tiene un solo deseo:

Ser  el personaje secundario.

Porque eso supondrá que hay un primero que le haga compañía y eso…

                                                                                              Eso la desterraría de ella misma.

 

                                                                                                                                ADD---- 26.ABR.13

sábado, 13 de abril de 2013

Alma.

A quien de nosotros no nos ha ocurrido que viajamos en algún transporte colectivo para recorrer la Ciudad, y es en ese lugar donde pasan frente a nuestros ojos un sin fin de cuadros dantescos e imaginamos los inicios y desenlaces posibles.

¿No les ha pasado? Seguro que si, amigos. Es por ello que hoy les voy a platicar lo que hace un tiempo sucedió:

En uno de los vagones del Metro, repleto hasta las ventanillas, mientras viajaba como acostumbro habitualmente, me llamo poderosamente la atención una mujer anciana cuya mirada reflejaba melancolía; soledad que se reflejaba en el sitio donde se encontraba. Una esquina, donde acomodados estaban un par de bolsas llenas de libros y periódicos a los cuales cuidaba cual guardiana que no quitaba la mirada fija hacia un punto.

Los pasajeros ascendían y descendían en la estación Balderas, famosamente conocida por diversas situaciones y canciones que remiten a la imaginación. Aquella dama seguía perdida en sus pensamientos mientras los frenones apachurraban a los que íbamos trepados en aquel armatoste  Ella suspiraba... Tal vez recordaba su vida en el pasado.

El viaje continuaba; me acerque de poco en poco a su sitio para seguir observándole. 

Las estaciones pasaban y los andantes y viajeros aumentaban considerablemente. Al llegar a Pino Suarez, el reloj bajo la señalización de correspondencia marcaba las 10:43 de la mañana. La inquietud por saber el porqué de su semblante me llevaron a situarme justo a su lado izquierdo... El ajetreo disminuía al llegar a Candelaria. La mujer tomo sus bultos y a tientas llegó a la puerta para bajar a la siguiente parada.

¡Feliz coincidencia!, yo también descendería en San Lázaro. 

Le tomé por el brazo y pregunté porqué iba sola cargando aquel pesado "mundo de letras"... Me respondió que ya no le servían de nada, pues era invidente hacia unos pocos años e iría a regalar los libros a un señor que le esperaba.

Sorprendido por tal declaración, pregunte inmediatamente el nombre de aquella Señora... Alma, seria su respuesta. 

El convoy anaranjado detuvo su marcha apresurada. Nos aprestamos a bajar del vagón mientras el sonido de alerta del cierre de puertas nos hizo acelerar el paso. 

Ya en el anden, sin tanto barullo, platicaba con Doña Alma acerca de todo. Ella era una mujer que, dicho sea de paso, tenia magníficas historias por relatar y dignas de ser parte de un buen libro. Aventuras vividas por gran parte de la República Mexicana que me recordaron aquella vez que platique con un buen amigo, Don Conrrado, viajero al que en una de tantas veces me hablara de sus andanzas por el desierto de Sonora y las Salinas de Baja California, del cual narrare en otra ocasión. 

Pero regresando con Alma, me contó que hacia 3 meses había cumplido 79 años, los cuales se reflejaban en su rostro y sus manos. Nos sentamos un rato, largo rato, en las escaleras de salida hacia la Terminal de Autobuses, la TAPO, mientras ella me contaba que vivía sola en su apartamento desde hacia cinco o seis años, a la muerte de su esposo, Don Mariano, a quien el hecho de mencionarlo provoco que sus ojos enjugaran al instante. Su única hija vivía en los Estados Unidos; casi no tocó ese tema. Ella estaba sola. Su único pasatiempo era perderse entre la gente que viajaba por el Metro y sentarse en una banca, allá en el Parque de los Periodistas que quedaba cerca de su casa.

Decía que las fuerzas no le daban para mas y que solo esperaba el final para reunirse con su "viejito" al que extrañaba... Yo, la miraba y escuchaba atentamente. El tiempo pasaba volando, entre la charla y las risas involuntarias. Eran ya las 12:33 de la tarde. 

La casi octogenaria dama me pidió que le ayudara a subir su pesada carga; ella se sujetaba del pasamanos y a paso lento subía cada uno de los 35 escalones para llegar a la salida. 

Ya en la superficie, a ras de calle, caminamos hacia un pequeñito puesto de Periódicos donde Saúl, un chamaco de escasos 9 años sujetaba de la mano a Alma mientras le daba un beso cordial en la mejilla. 

En voz alta por el ruido que nos rodeaba le dije que mi labor había terminado. La mujer me tomo con una mano por el brazo y con la otra, a tientas, sacó un libro:

-Toma, hijo. No es mucho pero te regalo esto. Pastas rojas con letras doradas, hojas amarillentas por el paso de los años: "Frases Ilustres" el titulo de aquella reliquia la cual tome con gusto y puse en la mochila.

-Gracias, Doña Alma. Que Dios la bendiga y le guarde, fue lo único que pude decir ante tal acción  Camine de regreso a la Estación mirando hacia atrás, viendo como se alejaba la silueta de Alma. Ciertamente surgió una especie de nostalgia al instante en que se me perdió de vista entre el gentío que ahí concurría. 

Baje las escaleras mientras trataba de alcanzar el libro que aquella anciana me había obsequiado. Seguí mi viaje hojeándolo, cuando entre tantos párrafos halle la lección que había recibido aquel día mientras viajaba:

Los días son quizá iguales para un reloj, pero no para un hombre. (Marcel Proust)

No sé si alguna vez nos volveremos a encontrar en esta o en la otra vida, pero de lo que si les aseguro  es que aquella dama me enseño la importancia de mirar con el corazón, además de esperar siempre lo mejor, pase lo que pase. 

De esas lecciones que sin querer llegan a nuestra vida.


Carlo Moreno-Jiménez (el Andariego)
Ciudad de México, Distrito Federal a 6 de abril de 2013.

sábado, 6 de abril de 2013

Será que alguna vez...

En medio de un parque oscuro, sin gente, entre los sonidos lejanos de los que ríen, los que hablan y viven mirándose fijamente. En medio de esa soledad acompañada, heme aquí de nueva vez, esperando volver a verte entre las luces que acompañan el camino... Entre las sombras que forman tu silueta... Entre los árboles donde se esconde tu ser.


Ya de noche, una vez mas, estoy pidiendo por mirarte nuevamente a contraluz; el cielo que deja asomarse a la luna y las estrellas que alguna vez te regalara en medio de una noche como esta, acompañan mis rezos. Solamente una vez mas quiero ver tus ojos iluminados por la noche. Solo una vez mas.


Camino siguiendo el rumbo acostumbrado, buscándote por todos lados con la mirada triste y el semblante acongojado. Las farolas que alumbran el camino, el sonidos de mis pasos que resuenan con el eco de la soledad, me hacen preguntarme... ¿Será que alguna vez hubiera de encontrarte, cara a cara, mirándote de nuevo tu rostro angelical, para decirte lo mucho que te añoro?


¿Será que alguna vez, por coincidencia o por destino pudiera abrazarte, juntar mi pecho a tu oído y sintieras que mi corazón late, simplemente lo hace, por ti?


¿Será que alguna vez, en medio de esta gran Ciudad te encuentre, sentada en una banca mientras observas el atardecer para robarte un suspiro; eso mismo que dura la vida?


¿Será que alguna vez, como aquella vez, pueda besar tus labios rojos hasta perderme en el mar de tus ojos, y despertarme mirándote mientras duermes? ¿Acaso será posible?


Caminando sin rumbo, de nueva cuenta, cierro los ojos para pedir un deseo. Que la vida me ponga cara a cara frente a ti, para decirte lo mucho que te añoro... Lo mucho que te extraño. 


El eco de las voces lejanas en la calle, las luces de mi sendero que me llevan a seguir buscándote y mi terco afán por volver a verte hacen que me pierda de nueva cuenta entre las sombras de esta noche para seguir imaginando que pasaría, aunque solo el tiempo y la vida me darán las respuestas...


Como el viento, sin rumbo, voy caminando y meditando acerca de lo que será si alguna vez... 


Carlo Moreno-Jiménez (el Andariego)
Ciudad de México, a 30 de abril de 2013.