martes, 17 de diciembre de 2013

Remembranzas

Los ojos de Rogelio parecían perderse en el calor de las llamas de aquella chimenea mientras los leños ardían y crujían al calor de la braza. La hora de escribir estaba por llegar, pero en esta ocasión, aquel viejo cuadernillo de pasta color marrón cerraría definitivamente para nunca más volver a ser abierto. 

El sitio, simplemente iluminado tenuemente por el reflejo de la luna en cuarto creciente después de la Navidad, una vela en medio de una mesa y la luz del fuego avivado de aquella chimenea iluminaban la sombra breve y tenue de aquel hombre qué, a paso lento y pesaroso, llegó hasta su gran sillón rojo para escribir una última vez y cerrar un capítulo doloroso. 

Tomó una pluma dorada, se recargó en el tintero y comenzó a escribir... 


27 de diciembre de 1943

Hoy, religiosamente, como cada semana lo hago desde hace cuatro años dos meses y tres semanas, vuelvo a escribir acerca de ti. Esta vez es algo especial, pues será irremediablemente la última ocasión en que me sentaré en medio del estudio, solo acompañado por un viejo cirio y mis más profundos deseos de verte esta noche, los mismos que habrán de morir con el amanecer de este lunes, paradójicamente, el último del año.

Es curioso como en una brevísima libreta he escrito tanto sobre ti. Las letras fluyen sin querer cada que tu recuerdo se vuelve presente y puedo asegurar que casi siento que tomo una vez más tus manos. Es muy curioso.

A pesar de la lejanía, la incógnita y el tiempo transcurrido, aún haces brotar el sentimiento, la alegría y en más la nostalgia por tratar de armar la respuesta de un acertijo que no he podido resolver. Esa luz que se reflejaba en mis ojos se extinguió desde aquella mañana en que encontré soledad y vacío en el rincón donde me senté a esperar paciente que aquella puerta por donde saliste volviera a abrir y después tu aparecerías. Fue brutal no volver a verte, bueno, aún sigue pesándome y más de lo que pudiera imaginar.

Aquel octubre de 1939 desapareciste de la faz de la tierra sin decir siquiera a donde te llevaron los vastos caminos del mundo. La desolación me ha acompañado desde aquel momento en qué, simplemente, cogiste una de las valijas para llenarla con tu ropa. Ni una carta, ni un beso de despedida. Maldita sea la hora en que te marchaste, Sofía.

La impaciencia me mata, me quema poco a poco cada día que pasa sin saber a donde te ha llevado el destino; saber si ambos hemos visto la misma luna o seguido a la misma estrella. 

En cada una de estas páginas he descrito cada uno de tus gestos, tus risas y tus besos. En cada una de estas líneas te reflejas como si fuera un espejo, pues cada detalle, cada palabra, cada caricia la escribí para ti por si algún día volvías para que leyeras todo con detalle y detenimiento. Eso ya lo sé, nunca sucederá.

Sigo suspirando; sigo pensando en qué momento me convertí en este hombre que hoy no deja de llorar como niño al que arrebataron un biberón. He decidido que ya no habrá más noches oscuras, ya no habrá más llanto y no habrá más desconsuelo e incertidumbre. Con la misma vehemencia con la que decidiste marcharte y no dar en paso atrás, haré lo propio. Tu recuerdo se quedará en ese rincón donde te espere y te seguí esperando hasta esta noche en que levanto la cara para seguir de frente y sin miedo hacia un nuevo amanecer, tanto o más cálido que el que aguarda esta mañana detrás de las montañas.


Hasta dónde el mundo te alcance, mujer desalmada, hasta ese rincón habrá de llegar alguna vez el eco de mi voz y te darás cuenta que sí hubo alguien que casi hasta la locura te amó, llegará a tu mente mi nombre. 

Hasta siempre, fantasma del pasado. 

Hasta nunca, porque así lo quisiste. 

Adiós, y que la vida te regale amaneceres hasta la eternidad.

Rogelio tomó el cuadernillo, le dio un beso, le envolvió en un pañuelo y lo tiró al fuego purificador que ardió hasta que el sol se posó sobre la ventana. Mientras las llamas consumían ese viejo compendio de letras y recuerdos, él se levantó del sillón, caminó hacía la ventana y observó como el alba se imponía a la oscuridad. 

Mientras eso ocurría, aquel recuerdo se esfumaba en el frío invierno, paradójicamente con el calor de la leña.


Carlo Moreno-Jiménez "el Andariego"
Ciudad de México, Distrito Federal, 17 de diciembre de 2013

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