lunes, 25 de junio de 2012

Todo fue una nada. (Volví a la luz)

En la esquina de Madero, bajo el reloj de la Torre Latinoamericana observo que ya son las 12:34 am. Debajo de mi gabán azul, mojado por la brisa provocada por el viento y la lluvia veraniega de madrugada que cae de repente aprieto el puño recordando todo... levanté la cabeza para vigilar, y entre la cortina de agua miré que desde el otro lado de la calle hacen señas para atraer mi atención... Debo concentrarme en el objetivo... Hacerle pagar...

Sin distracción, miro a aquella persona que, con saco en mano, agitando vigorosamente esa prenda entre la tormenta trata de hacerme voltear. -Lo ha conseguido. Pensé. -Aunque esa silueta me parece familiar, juraría haberle visto antes. A pesar de la anchura de la avenida, distingo la forma femenina. No estoy seguro si trae falda negra o azul. 

Esta noche no me agrada. Tal vez mis planes se estropeen, es más, siquiera pensar en hacerle daño... no quisiera salir en la portada de las noticias del Excélsior o peor aún, que mi nombre sea voceado por la radio  en las noticias de las 4 y me señalen como asesino. Pero esta sed de vengarme, de hacerle pagar por el oprobio causado. ¡Basta! debo dejar de pensar en la vendetta. Han pasado ya 3 años y aun no puedo dejar  de pensar... de olvidarles a ambos, sentados en aquella mesa del Danubio brindando por su efímera felicidad... Maldita sea, sus risas no me dejan en paz. Sus caras, sus ojos. El simple hecho de recordarlos en ese beso que se dieron, de mi desafortunada aparición en escena y de sus suplicas, falaces y vacías de olvidar, de olvidarla. Quiero perdonar, pero no puedo.

Sigo pensando en esa traición que no solo hirió mis sentimientos, también mi ego... Aún tengo presente el aroma de tu perfume, aquel que te regale en un aniversario. Ese que me encantaba con olor a gardenias. 


Tu mirada que solo avivaba la flama de la antorcha encendida que dejaste en mí. Todo fue una nada. 

Volteo de nueva cuenta hacia la esquina. la lluvia ha cedido un poco y las siluetas van tomando forma.

Reconocería esos brazos delicados, ese cabello negro y esa voz aguda. Eres tú. La causante de mis mas desesperados deseos de vengarme, desde aquella fatídica tarde. Quisiera abrazarte, mi amada Regina. Quisiera decirte lo mucho que te he echado de menos. 

Aquella mujer sigue atrapando mi atención. El recuerdo y la flama se encienden; no puedo detenerme, la furia recorre mi cuerpo y me quema desde adentro. Pero no quiero hacerlo, no quiero hacerle daño. A la mujer que amé, a esa que me traiciono con ese desdichado de David, al que creí mi gran Amigo. Maldita sea su suerte...

-Es ahora o nunca, la ocasión perfecta para tomar revancha. Eso pensaba. Que tan desdichado sería que la suerte no me acompañaría en esa fría y húmeda noche de junio...

Cruzo la calle, decidido a ir y jugármelo todo. Sanar lo que había sido vulnerado, terminar con la causa de mi dolor. 


-Matarla será lo mejor. Pensaba mientras caminaba lentamente hacia su sitio.

Bajo la lluvia, que comenzaba de nuevo a fastidiarme el traje azul, tomé por el brazo a Regina. Pretendía llevarla caminando para perdernos entre los frondosos ahuehuetes de la Alameda y no hubiera testigos. Nadie quien presenciara el acto dramático finale... Muchos días y noches esperé esta oportunidad para cobrarle, lo que la vida no había hecho aún. Seguimos a pie, con pasos cortos pero vigorosos, entre los charcos y las hojas de los árboles en el piso, de entre mis ropas saqué el arma... esa que habría de ser la causante de una tragedia.

-Es momento de hacerte pagar por lo que me hiciste, por todo. Le dije.

= Nadie, ni tu ni dios podrán borrar lo que viste. Lo hice, y lo volvería a hacer si fuera necesario. Me espetó en la cara. 

-Pues ni Dios ni su corte celestial habrán de salvarte. Es tiempo de que pagues por el sufrimiento que me causaste. Tu vida, hasta aquí ha llegado. Gritaba con el arma en mi mano, que temblaba tanto que no podía animarme a dispararle.

Su mirada adusta, con los ojos cristalinos, y entre mis vacilaciones me hicieron ceder. Arroje el arma; fue un gran error. La frialdad había hecho presa de esa mujer, a la que tanto ame...


Ella, sin dudarlo un instante aprovechó la situación. 

= Hasta aquí has llegado, yo fui quien te hizo sufrir, ahora te daré tranquilidad... Hasta siempre, Martín.

Cerré los ojos, un estruendo calló la lluvia...

Volví a la luz... para nunca regresar...



Carlo Moreno-Jiménez (el Andariego)
Ciudad de México, 25 de junio de 2012

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