domingo, 6 de enero de 2013

Sueño de cafetería.

Manuel, un viejo conocido de los andares de la vida que, al igual que el Andariego, suele perderse en el encanto de la soledad y con su voz en el silencio; ha regresado una vez mas al lugar donde inició sin querer la mejor escena de su vida y donde paradójicamente habría de escribir las líneas que dieron forma a su historia.

Recuerda a Isabela, una bella mujer de 43 años que solía pasear por las calles de los barrios de la colonia Juárez, sonriendo siempre al pasar y que deslumbraba con el contoneo de su andar, su cabello castaño que brillaba con el sol, sus ojos verdes y el aroma a flor de azalea que dejaba perfumadas las mejillas de los que le saludaban. Era una mujer fascinante.

Solia detener su caminata en la esquina de Versalles justo en la galería Artdicré donde exponía algunas de las esculturas que imaginaba y elaboraba. 

De paso por la cafetería de al lado, aun recuerda Manuel esa tarde, se detuvo a pedir "lo de siempre". Un expresso doble para mitigar el cansancio y la fatiga generada de tantas noches en vela ideando la última obra que realizaría.

Él solo la miraba mientras ella tímidamente le sonreía y se incorporaba de vuelta a su mesa para degustar su bebida. De forma osada, nuestro amigo miró la silla solitaria que convenientemente quedaba donde se encontraba Bella (como solía decirle) e intempestivamente se situó en la escena:

-Dicen que solo los ángeles tienen alas... ¿donde has dejado las tuyas?- Preguntó Manuel para romper el hielo.

-Pero vaya que eres temerario al llegar y ocupar este lugar. Dime, ¿acaso no sabes que hasta las diablas podemos pasar como ángeles? Andá. ¿Que querés?- Respondió con fiereza y seguridad.

Eso sería lo que fomentaría la atracción fatal para Manuel; aquella mujer tan altiva que de poco en poco abriría sus sentimientos y se dejaría enamorar por ese catrín que haría hasta lo imposible por conquistar no solo su corazón... sino encantarle todos los sentidos.

Aquél testarudo hizo hasta lo imposible por terminar su trabajo diario a tiempo para poderse escapar de su oficina de la calle de Barcelona para correr puntual a las tres de la tarde y encontrarse con la mujer que había movido el eje de sus pensamientos... a la que estaba dispuesto a entregarle la vida si así fuera necesario. Tres largos, eternos meses pasaron para que, en medio del olor a café y el perfume de Azaleas, Isabela por fin atendiera la petición de Manuel; una invitación para cenar en su apartamento, muy cerca por la calle de Atenas. Aquella noche del 19 de julio de 1986 quedaría marcada como el inicio de su aventura. Un par de olvidados por la vida que se juntarían... por algunos años.

Ella vivía en la parte de arriba de la galería de arte pero se mudo a casa de Manuel para pasar mas tiempo y convivir juntos. El aroma de su perfume inundaba las habitaciones de su hogar y su voz tenue llegaba a todos los rincones hasta que el sonido se perdía con el sonido del tráfico de Reforma de las 5 de la tarde. Ella vendió eventualmente su galería para dedicarse a dar clases de arte contemporáneo en una escuela de iniciación artística mientras que él seguía atendiendo su oficina; no dejaría la abogacía que tantas satisfacciones le había dado.

Así fue su vida durante casi nueve años...

Quien diría que en ese lugar donde pasaron los mejores momentos de sus vidas hasta aquella mañana de abril de 1995, Manuel se reencontraría con el silencio, la quietud...

... La soledad una vez mas.

Sobre el Secreter que se encontraba en la esquina de la habitación principal había una nota que hacia las veces de una despedida. Una hoja blanca arrugada como si fuera a ser tirada al basurero que retomó su forma original, contenía unas lineas que decían esto: 


La vida nos puso justo donde debíamos estar. Nuestros caminos se encontraron en el momento preciso para que juntos, mirándonos de frente y sin dudas nos volviéramos una sola alma. A pesar de que lo mejor de mi vida lo he pasado contigo, también te puedo decir que ha llegado el momento de partir de nuevo y regresar al origen de mi inspiración. Ver de nuevo un atardecer en Buenos Aires, correr donde los viejos y mirar a los pibes felices por la playa en Puerto Belgrano... perderme en el Mar de la Plata y mirar el infinito del horizonte que tanto añoro...  La nostalgia ha invadido mi ser. He llegado el momento de volver.

Te llevo en mi mente, en el retrato que he tomado de la sala y en un lugar muy especial donde guardaré todas y cada una de las palabras que siempre me decías. ¿Lo recordás?... Seré esa diabla con cara de ángel que espero vos no olvidarás.

No te diré adiós sino hasta siempre. Que allá donde esté ese lugar te volveré a ver.

Isabela.


Aquel hombre con el corazón destrozado no encontraba consuelo ante tal situación. Todo lo que miraba alrededor le recordaba a ella... El olor de ese perfume quedaría guardado en su mente por mucho tiempo. 

Decidió mudarse de apartamento a unas cuantas calles del lugar para alejarse de este tormento. La distancia sería lo mejor. Se concentró en hacer un mejor trabajo y su vida solo circulaba entorno de su noble labor en la abogacía.

De vez en vez, solía regresar a las calles que fueron los escenarios de esta historia.


Era una tarde de julio del 99'. Tan llena de contrastes con un cielo nublado que dejaba asomar tímidamente el sol de verano que bañaba de luz las viejas fachadas y pórticos de las casas en la calle de Londres, que en medio de su encanto arquitectónico e histórico evocaba a los recuerdos lejanos de aquél hombre que meditaba sentado en el pequeño jardín, frente a la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús. El sitio lucía vacío con pocos transeúntes recorriendo las aceras.  

Con la mirada expectante y los sentidos agudizados, recorría el lugar siguiendo el sendero y tratando de reconstruir el rompecabezas que se había formado y paso a paso recolectando las piezas que el pasado se encargó de mandar a volar con el viento. Caminando por la calle de Lisboa, se enfiló a la cafetería una vez mas a leer un texto de Gabriel García Márquez que le habían recomendado para "despejar la mente".

Sentado de nuevo en la mesa que siempre quedó reservada para ellos, Manuel se volvió hacia el rincón donde hablo por primera vez con "su ángel, Bella", mientras leía atento una de las "Trece lineas para vivir" que le llamo la atención:


No llores por lo que ya se terminó... Sonríe, porque sucedió.


Aquella tarde dejo que su recuerdo solo se convirtiera en un sueño en la cafetería. 


Carlo Moreno-Jiménez  "el Andariego"
Ciudad de México, Distrito Federal a 3 de enero del 2013



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