miércoles, 14 de marzo de 2012

Caminante

Don Agustín, pianista en retiro y encargado de ejecutar las "sacras" notas musicales que se entonaban en la iglesia de Belén, allá por el Centro Histórico de la ciudad era un sujeto con un glorioso pasado, un presente de tres segundos y un futuro muy incierto... vivía en la soledad de un pequeño apartamento de la calle de López, en el número 124, interior 12 en el cuarto piso. Sus acompañantes, un viejo piano Schiller maltratado por el polvo y carcomido por las termitas; un diván, color café, su perchero, donde solía dejar el sobrero y el gabán que siempre llevaba consigo para todos lados; una mesa redonda de madera con un pequeño mantel central bordado a mano y dos sillas de cedro... el olor característico de su casa era precisamente ése, a cedro antiguo... tanto o más como sus historias que de vez en vez platicaba a todo aquel que se acercaba a ese gran personaje en la sacristía de la iglesia. 


Don "Agus" como solíamos decirle aquellos que lo conocimos, realizaba siempre la misma rutina, o al menos eso realizó mientras tuve la oportunidad de verle. Llegaba temprano para subir, escalón por escalón, con una mano en el bastón y la otra apoyándose en el raquítico barandal del campanario, para llegar por fin al "coro", donde se ubica el Órgano desde el cual realizaba su trabajo, el cual solía decir que disfrutaba en demasía... nos dijo entre tantas veces que lo hacía sentirse vivo de nuevo, ya que le recordaba las escenas del pasado donde interpretaba las piezas de Chopin, Liszt, Horowitz y tantos otros clásicos que deleitaban a su audiencia que generaban aplausos sonoros en los recitales en que se presentaba... todo eso habría quedado atrás... 


Su esposa María, a quien conoció en el Conservatorio Nacional de Música, ejecutante de instrumentos de Viento, sobresaliendo en el clarinete y el oboe, fue su más grande amor. De la relación, de más de 50 años, nunca procrearon hijos... solitarios pero felices pasaban las tardes juntos caminando por la calle de Revillagigedo hasta llegar a la calle de Victoria... seguían su camino por Morelos hasta llegar a reforma donde caminaban tarde tras tarde con rumbo a la puerta de Los Leones en el majestuoso Bosque de Chapultepec, donde a la sombra de los Ahuehuetes tomaban los rayos del sol de las 4 de la tarde, antes de que cerraran las puertas de acceso... todo esto lo relataba el buen Agustín con un nudo en la garganta, ya que tenía poco tiempo que Doña María había partido a descansar. 


Ya con 82 años en su haber y con una vieja cardiopatía declarada, que a veces le impedía seguir con la rutina, Don "Agus" salía a realizar el recorrido trazado hace ya un tiempo atrás... con el bastón en mano, su viejo gabán color gris... Sus lentes de alta graduación y su sombrero estilo Fedora Walton color negro hacían parecerlo como un personaje sacado de la película Casablanca... quién diría que esa estampa acompañaría a aquellos que lo vieron por última vez salir de la puerta de la sacristía... cosas que tiene la vida... 


En fin, el destino tal vez tendría preparado ese final para un gran personaje que vivió grandes cosas al lado de su amada, a quien siempre decía estar esperando para volverla a ver bajo el atardecer de Chapultepec... con el sol en la cara iluminando sus ojos debajo de esa banca que fue durante tanto tiempo su rinconcito de paz... los sonidos de los pájaros alrededor y las risas lejanas de los pequeños infantes acompañaban la escena entre la charla y las risas... tanto que añorar, tanto que esperar... pero algún día todo aquello regresará... Y así sería.... 


Con el cansancio de un corazón fatigado de tantos vaivenes de la vida, aquél andariego de las noches de luna clara y de los atardeceres con el sol de fondo, precisamente aquella tarde de martes, dormitando en aquel lugar, Agustín se fue para alcanzar en la eternidad a su amada María que lo esperaba ya para vivir de nueva cuenta esos momentos del pasado con la mirada de los enamorados que se vuelven a encontrar. 


... Esta vez Agustín no volvería a despertar... 


Con la luz del sol que se oculta de fondo, el viento soplando en las copas de los árboles y las hojas del piso formando pequeños remolinos, se plasma la sombra del aquel hombre que yace sentado en esa banca de cual nunca más se levantará... su espíritu quedará, como tantos más, entre los frondosos ahuehuetes del bosque tan lleno de historias y sucesos del pasado... 


Caminante hacia la eternidad, diríamos algunos después de saber lo que aconteció esa tarde con Don Agustín... Caminante eterno... 




Carlo Moreno Jiménez (el Andariego) 
Ciudad de México, Distrito Federal 5 de Marzo de 2012 

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